marzo 03, 2014

El valle de los hombres y mujeres de piedra



Hubo un tiempo en el que todos esos pináculos de roca fueron hombres y mujeres. Vivían entre montañas, en los valles fragosos donde los ríos de agua virgen, al poco de nacer regaban los bosques sin que nadie se atreviera a desviar su curso. Allí no alzaron ciudades, puesto que los mismos torrentes salvajes, caprichosos arquitectos, horadaban moradas pétreas al abrigo del viento. Allí no había gente sin techo, sino un dosel de selva arbórea.  Allí no había hambre, porque había bosques, y dónde hay bosques... hay frutos.

Os habrán contado miles de cuentos, en los que una horda de hombres salvajes, después de trotar todo el día entre peñascos, llegan a una oscura caverna portando un botín sangriento para alimentar a sus niños y mujeres. Mujeres que pasan la vida amamantando a sus retoños y curtiendo pieles al pie de su cueva a la espera de la llegada de los hombres.

Pero la vida en la prehistoria era mucho más que eso... y casi me atrevería a decir, que no fue así de modo alguno...

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Tras la cuarta y última glaciación WURM, la blanca Europa pasó a ser verde. Los grandes mamíferos que el hombre había devorado por necesidad y contra natura, sumido en un clima glacial, se retiran al Norte y las montañas mediterráneas se recubren de un espeso manto de bosques de avellanos, nogales, zarzales, serbales, higueras, cerezos, saúcos, parras, arándanos, madroños, frambuesos, fresales... toda una cornucopia de frutos que haría con los siglos abandonar al hombre su anterior vida nómada, tras las manadas de fauna paleolítica, para dedicarse a sembrar y multiplicar las semillas de un nuevo estilo de vida.

Ver enlace (Dieta vegetal durante el neolítico)

Este valle pertenece a ese tiempo que los antiguos llamaron la "Edad de oro" y hoy los arqueólogos llaman Mesolítico, antes que la humanidad arrasase los bosques de frutas para sembrar resecas estepas de trigo y cebada.
He de deciros que en este valle las mujeres no curtían pieles al pie de su cueva. Aquí había mujeres arqueras, que acompañaban a los hombres en sus correrías, y al igual estos trenzaban palmas y ataban brezo.



Aquí el sol tarda en salir entre las montanas crestas, pero cuando lo hace, el bosque despierta en un tono dorado en invierno, iridáceo en verano. Tan sólo el silencio, a estas horas de la mañana, es perturbado en el fondo del torrente por el salto estrepitoso de las aguas y el incesante arrullo de las palomas bravías. Los helechos también despiertan, cubiertos de rocío, y el sol, tímidamente se asoma y entibia entre las peñas las oscuras sombras de los robles.

En lo alto, nuestros protagonistas ya han despertado también. Viven entre las rocas, en un complejo sistema de cuevas de todos los tipos y tamaños. Una de ellas, fresca y seca, sirve de despensa para todos. Allí guardan copos de gramíneas silvestres machacadas entre piedras. Esta noche, un pequeño lirón ha perforado algunos cestos y esteras, por lo que hoy toca subir a los prados de arriba a por juncos y junquillos. Van tres adultos y dos chiquillos. Durante el día recorrerán de punta a punta su amado valle. Cuando lleguen a los prados beberán agua fresca y harán acopio de fibras para sus cestos. Puede que ahí mismo hagan alguno para llenarlo a su vuelta de moras y grosellas.

Llega entonces el mediodía y hay un gran alboroto en el valle. Tras las últimas lluvias, una gran piedra ha caído. En su lugar ha dejado una cárcava de arcilla tierna y mineral de hierro. Los más pequeños hunden sus manos en el barro mientras dos de los "artistas" seleccionan algunas piedras de ocre y óxido rojo para moler.

El sol atraviesa su cénit. Las cigarras, a la sombra de las encinas, parecen callar por un momento. Tras una breve siesta, el valle retoma su actividad. Aquí unos pintan, otros muelen, otros tejen faldas de flores y esparto, y otros, como si no importara el tiempo, corretean de aquí para allá explorando cada rincón de las montañas.



A estas horas, las prístinas y ya tibias aguas invitan a un baño que nadie se atreve a perderse. Descansan dos amantes en la orilla, ocultos entre hierba y espigas de carrizo, todavía bronceadas por un sol ya atardecido. Es el momento en el que cesan las cigarras y un poco discreto sapo toma el relevo. Una suave brisa cálida cimbrea los verdes herbazales. Es hora de tomar un crujiente bocado de avellana y savia de fresno acompañada de dulces frambuesas.

La luna, blanca y creciente, reta a un sol ya casi oculto en un cielo entre áureo y celeste. Poco a poco irán apareciendo las estrellas y en lo alto de una gran roca amesetada, todos, uno tras otra se irán uniendo en torno al fuego para alzar un cántico a los dioses del Valle. Un canto y tras él danzas de antorchas en esta noche serena.

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Como veis, los hombres y mujeres prehistóricas no eran tan salvajes (en el sentido peyorativo de la palabra). Vivieron en otro tiempo, un tiempo... en el que tenían tiempo.
Vivían, aprendían, compartían, progresaban, descubrían, contemplaban, disfrutaban, soñaban, proyectaban y hasta creo que se enamoraban.

¡Rewild it!

¡Rewild it!
Proyecto de resalvajización pleistocena de Dave Foreman, ex-fundador de Earth First (también participa en el proyecto Wildland Project como co-fundador)